Vamos, ETA

MANUEL JABOIS

Prueben a buscar «paso significativo» y «ETA» en Google. Se trata de la hoja de ruta que la banda tiene respecto a su desaparición: cultivar el alma de los cándidos. Sumergirlos en buenas intenciones, fanatizar una timidez sui géneris de la que llegue a desprenderse humildad y presentarse al fin, frente a la intolerancia de quienes denuncian su impostura, como perjudicados por su propio proceso; el truco final: víctimas de ETA. Cada uno de esos pasos significativos -decir adiós a los malos modales, jubilar tres pistolas como si el Estado se las hubiese tenido con 'El Vaquilla'- ha degenerado en una cobertura formidable, maniatada por la sensación que deja en cámara un hombre sin rostro y sin manos (un hombre que espera con los bracitos separados a que un verificador Chicote dé el visto bueno a sus bombas).

Desde hace tres años cada referencia a ETA en los medios es por un motivo positivo. Su efecto propagandístico era conocido en el terror y cuesta digerir en la paz: es el mismo pero encaminado a estimular una región del cerebro virgen para ella. En efecto, la banda protagoniza buenas noticias. Tras medio siglo en el que cualquier familia escuchaba ETA en el televisor con repulsa automática, ahora ya no ocurre eso en todas: su presencia se dirige a contentar nunca demasiado pero sí suficiente, aunque en algunos casos provoque felicidad histriónica en quienes encontrarían un motivo más de odio si el Gobierno rectifica una ley. La gota malaya inversa masajeando el subconsciente de tal forma que la bronca, el desapego y la injuria parezcan venir del lado de las víctimas, que nunca están satisfechas porque nadie les devolverá lo perdido. La misma razón por la que nunca se debe negociar con ETA: porque es más fácil que lo deje por nada que por algo.

La campaña es magnífica; bien es verdad que la predisposición es buena. De cada gesto (hoy un preso se reunió con una víctima, mañana un etarra romperá ante las cámaras una navaja mariposa) sale un acto histórico y luego se piden reacciones. Con ellas en la mano se demuestra el efecto de la estrategia: cada vez más benignas, cada vez más animosas. Dan ganas de apadrinarlos a todos. Cuando la banda se disuelva ya no será tan exagerado en el inconsciente colectivo un Nobel cualquiera. Mientras tanto se asistirá con aire ceremonial a ese culebrón en el que ETA se desmonta con plasticidad televisiva ralentizando el «por fin somos buenos» hasta donde puedan. Con el Guernica detrás. Ellos, la Luftwaffe después de la Luftwaffe.

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