Un absuelto del 11-M muere en Siria delante de uno de sus hijos

AMANDA FIGUERAS

Muhannad Almallah Dabas, uno de los nombres que más sonaron durante el juicio del 11-M –fue primero condenado y absuelto años después–, murió abatido a tiros por las fuerzas del régimen de Asad en la madrugada del miércoles en Homs (Siria), según la versión que ha llegado hasta sus familiares. No estaba solo. Uno de sus hijos, O. A., de 15 años, le acompañaba en aquel momento y le vio morir. Recibió tres disparos. El menor resultó herido.

Nacido en Siria y nacionalizado español, Almallah fue señalado por la Policía como pieza fundamental en el 11-M y condenado por la Audiencia Nacional a 12 años de cárcel. En 2008, el Supremo le absolvió de todas las imputaciones y, tras casi cuatro años en prisión, quedó en libertad.

Almallah era el dueño del famoso local de la calle de Virgen del Coro de Madrid, en el que, según la acusación, algunos de los supuestos autores de la masacre de los trenes se habían alojado y habían visionado vídeos sobre la guerra santa.

Era también el hermano de Moutaz Almallah, acusado en un informe policial de estar en el «escalafón más alto» en la preparación del 11-M. Sin embargo, como ocurrió con Yusef Belhadj, Hasan Haski y Rabei Osman, El Egipcio, también acusados de ser inductores de los atentados, fue finalmente exonerado. En octubre de 2011, la Audiencia Nacional le absolvió al estimar que sus actos se situaron «a las puertas de colaboración con una organización terrorista», pero no eran suficientes para condenarle.

No está claro por qué Muhannad Almallah decidió coger un coche en Homs en mitad de la noche en la madrugada del miércoles, y mucho menos por qué se hizo acompañar de su hijo de 15 años. La familia sólo cuenta con el relato entrecortado del ahora huérfano, que ha indicado que miembros de las fuerzas leales al presidente Asad dieron el alto a su vehículo. Al parecer, comenzaron a hacer un registro y, no se sabe por qué, dispararon por la espalda a Muhannad. El pequeño O. A. se puso al volante y consiguió escapar.

Su familia está convencida de que Almallah no intentaba realizar algún tipo de acción suicida, ya que llevaba a su hijo con él y, además, no se había despedido de sus allegados.

«No sé si un día podría coger las armas, pero de momento no estoy preparado. Los jóvenes deberían hacerlo, de 20 o 30 años. No lo sé, si llega un momento en el que tengo que defenderme, desde luego que tendría que hacerlo», había afirmado en una entrevista a EL MUNDO en diciembre del año pasado.

El cuerpo de Almallah recibió sepultura al alba, siguiendo el precepto islámico de dar a los muertos un rápido entierro.

Muhannad Almallah se encontraba desde hace dos meses en Siria, a donde había ido con sus hijos O. A., de 15 años, y D. A., de 13 años. Un mes antes había estado con los niños en Londres para visitar a su hermano y a los, por aquel entonces, ocho hijos de éste. Una vez allí informó a su ex mujer de que en agosto iría con los niños a Siria, en un viaje para introducir en el país ayuda humanitaria a los rebeldes. A ella no le pareció bien, y lo que se anunciaba como un viaje relámpago se fue alargando demasiado.

Era la segunda vez que viajaba a su país llevando ayuda humanitaria con la Asociación Syria Aid. En la primera ocasión, llevó dos toneladas de víveres y medicinas, así como varios vehículos, entre automóviles, todoterrenos y ambulancias. En este último viaje, transportó más de una tonelada de víveres y seis vehículos motorizados para el pueblo sirio, según fuentes de la oposición del país en España.

Desde la Península, las comunicaciones con los pequeños eran muy dificultosas. «Mis hijos me llamaban y me decían: ‘Mamá, estamos en Alepo, estamos bien; mamá estamos en Deraa, estamos bien, hemos ayudado a heridos, estamos construyendo una escuela’», recuerda la madre.

Hace unos meses, la mujer acudió a la Policía en Ceuta para denunciar la situación. Quería que el padre los trajera de regreso a casa, pero éste no le hacía caso. Asegura que en la comisaría le aconsejaron que hablara con él y tratara de convencerle. No le dieron más opciones.

Muhannad Almallah amaba Siria. Las imágenes de niños y mujeres muertos llevaban mucho tiempo torturándole. Presumía de ser el único sirio español del Ejército Sirio Libre (ESL) y de su papel como representante en España de las Brigadas Al Faruq. En mayo pasado, apareció en internet un vídeo de Abu Sakkar, el líder de este grupo originario de Homs, en el que sacaba el corazón del cadáver de un soldado y prometía comerse los corazones y los hígados de los «soldados del perro Asad».

Almallah reconocía que había sentido deseos de quedarse allí. «Cuando entré en Siria después de 20 años fuera, sentí por primera vez el aire de la libertad. Aunque mi situación económica no está bien, he gastado el dinero que tenía para ir. Sientes que estás haciendo cosas humanitarias», explicaba.

Todo empezó cuando, al calor de la llamada Primavera Árabe, los hermanos Muhannad y Moutaz comenzaron a manifestarse en rechazo de la tiranía de los opresores en estos países, primero contra Muamar Gadafi en Libia y después contra Asad en Siria. «Convocamos protestas contra el dictador. Ayudar a todos los pueblos que buscan la libertad y la democracia es una obligación, sean de donde sean».

Muhannad Almallah, que hasta antes del 11-M se ganaba la vida principalmente reparando electrodomésticos, vivía con algunas dificultades económicas y, por ende, su extensa familia también.

«La cárcel ha afectado mucho a nuestra vida, mucha gente se ha separado de nosotros. Estuve tres años y medio encarcelado de manera injusta. Mi hermano, desde 2005 hasta el final de 2011, no pudo volver a Londres, donde está su familia», se lamentaba.

De su primer matrimonio, roto tras los atentados, tenía cuatro hijos. Con otra mujer con quien, hacia 2004, comenzó una relación casi paralela a la anterior también fue padre de un varón, pero nunca ejerció de progenitor. Tras salir de la cárcel se casó con una mujer marroquí de Fez, a la que se trajo a España y que en septiembre dio a luz a su hijo Sham. Su nombre, escogido por su padre, proviene de Al Sham, como se conoce a la región de la Siria histórica. La madre a ratos llora desconsolada, y el resto del tiempo amamanta y trata de sonreír al huérfano.

Precisamente, un nuevo matrimonio, esta vez con una joven mujer siria de la que la familia sabe muy poco, fue una de las causas que hicieron que se quedara en Siria y pospusiera su regreso a España. A su hermano no le pareció que la boda fuera una buena idea y su relación pasó por algún altibajo. Moutaz también pensaba que los niños debían volver a España.

A la espera de los detalles de lo sucedido, y mientras su madre y sus hermanas confían en abrazar pronto a los dos niños, la mayor certeza es que Muhannad cumplió dos de sus sueños: casarse con una compatriota siria –que podría estar embarazada– y morir donde quería, en su tierra, como un mártir para los suyos. Ayer, en la mezquita de la M-30 de Madrid, su familia repartió dulces para celebrar con pesar este nuevo shahid (mártir, en árabe).

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