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ARCADI ESPADA

Una mujer sale de prisión, donde ha pasado 26 años. Su familia va a recogerla a la puerta. Es una asesina en serie. Pero es lo que tiene la familia: la besan, la abrazan, se la llevan casi en volandas. Pura felicidad del reencuentro. Hay risas, y hasta explosivas, como corresponde. Este punto de la risa merece una consideración. ¿Cómo sale un asesino de la cárcel, después de tantos años? Está el topos cinematográfico. Un hombre encanecido sale, avanza unos pasos, se para y deja caer su fardo. Plano de un camino largo y solitario. La vida aplastada. Hay muchas variantes, pero los asesinos suelen abandonar las cárceles con alegría circunspecta: al margen de los burócratas, nadie les espera.

Con Inés del Río hay compañeros y risas. El oficio de asesino es de los que más compañerismo generan. ¿Deben relacionarse esas risas con la presunta impenitencia de la asesina? No está claro. El arrepentimiento es compatible con la alegría de dormir en casa tras 26 años fuera. En la escena hay focos iluminando, cámaras, micrófonos, gritos, el vapor catódico, la excitante pólvora de nuestro tiempo. Es entonces cuando cualquier risa de Inés del Río puede salpicarnos encima. ¿Qué esperaban? ¿No hemos preparado ya decenas del Plató Parot para que cualquier gesto o risotada robada (incluso alguna deliberada y letal, como los virus oportunistas que actúan sobre un cuerpo desconcertado) escenifique nuestra derrota? ¡Porque bien se sabe que es una derrota! Una banda de cermeños asesinos que quería implantar el socialismo albano y la llamada euskal herria entre España y Francia se ha disuelto sin lograr ni uno de sus objetivos. Lo que se llama una victoria sin réplica. Como lo es, ¡cómo no va a serlo!, la hermosa victoria humana y política de la asesina Inés, que ha pasado 26 años en la cárcel; y aún mejor: sin que ninguno de esos ingratos 24 cadáveres le haya dado más resultado que la satisfacción de verlos morir por su mano. Lo único que aún da forma y sustancia a esos desechos es que les atribuyan la victoria.

Los medios exigen al gobierno que los actos de exaltación etarra que puedan producirse en las excarcelaciones sean perseguidos con la Ley de Partidos que aprobó Estrasburgo. Muy bien. A ver si una cierta conciencia mediática regula, además, la construcción de platós para que cualquier nimio gesto humano de los asesinos no se convierta en un lapo sobre nuestras tumbas.

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