La costurera de Monte Alto

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MANUEL JABOIS

Rosalía Mera fue niña de familia pobre que dejó de estudiar a los once años para ponerse de costurerita. Haciendo batas de boatiné, aquella cría sin estudios montó con su marido, dependiente de tienda, un negocio propio. Su biografía presentaba entonces rasgos absolutos de ejemplaridad pública. Si hubiese reparado en ella -que no reparó, porque aún estaba saliendo de pobre- cierta izquierda, la más castrense, le hubiera atribuido virtudes insondables, casi un retrato al fresco de ribetes 'dickensianos'. Pero en esa carrera profesional llena de valores morales la costurerita sin escuela no calculó un riesgo: su negocio funcionó. Todo empezó a irse al garete.

En España se perdona el éxito hasta cierto punto, sin exagerar, cuando uno no levanta mucho ruido y hace dinero moviendo dinero, como esos inversores de JP Morgan a los que sólo ponemos cara cuando los cazan como a conejos. Entrar en la lista 'Forbes' si una es chica de posguerra en Monte Alto, el barrio levantado por los obreros, es más peligroso socialmente que aparecer en la lista de los más buscados del FBI, a veces casi la antítesis. A Rosalía Mera y a Amancio Ortega la empresa se les fue de las manos porque empezaron a sucederse errores incompatibles con la pureza ideológica: eso derivó en un crecimiento indeseable en el que muchos ven una mezcla de esclavismo y genocidio que se recrudeció cuando el gallego, despótico, entregó 20 millones de euros a los pobres.

Mera murió esta semana. Hizo bandera de causas sociales y destinó dinero a enfermos y desfavorecidos mientras seguía el juego de la vida con sicav y apuestas de casino financiero. Se contradijo, seguro, más veces de las que ella hubiese querido, pero lo hizo mejor que cualquiera. Es extraño que sindicatos y comunistas no la llegasen a invitar a conferencias para que explicase cómo una niña pobre y sin estudios puede dar de comer a miles de familias con una aguja de coser, salvo que entiendan que el destino de un obrero es no pasarse de listo. Una lección, la de Mera, tan contrarrevolucionaria como no aspirar siempre a la baja para no perder la simpatía de nadie y hacerse perdonar por el éxito en un país en el que ganar más dinero del necesario para vivir está mal visto, salvo que uno sea futbolista. Entonces se excusa hasta el fraude.

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