Fiat Bárcenas

[foto de la noticia]

ARCADI ESPADA

Querido J:

En los últimos días, este periódico donde te echo las cartas ha recibido críticas que son ya un clásico de la relación entre el periodismo y la sociedad. Miembros del Gobierno, del Partido Popular y colegas de oficio reprochan al director que haya publicado informaciones sobre la financiación del partido y de algunos de sus dirigentes.

RAÚL ARIAS

RAÚL ARIAS

Los reproches no se basan en la fragilidad de las informaciones, sino en su conveniencia. Y suelen hacerse en sordina: el que los hace tampoco parece convencido de su pertinencia. El paradigma de esta crítica quizá sea la frase con que el presidente Rajoy vino a quejarse el otro día de la situación creada: "No se habla de lo importante y sí de lo que no es lo mejor".

El presidente hacía estas declaraciones, con sintaxis anfractuosa, mientras visitaba una fábrica de coches. Evidentemente, la prosperidad española le parecía más importante que los apuntes contables de Luis Bárcenas.

Mucha gente piensa en España como el presidente. Gente silenciosa, que no aprovecha las informaciones de este periódico para hacer inicuas barbacoas destituyentes y que ni siquiera debe de contestar las encuestas. Gente en la que el presidente tiene confianza ciega, no en vano cree que le ha dado la victoria política contra el parecer, entre otros, del propio director de este periódico, cuya desconfianza sobre las capacidades de Rajoy es vieja, profunda y ostentosa.

Hay comentaristas que se quejan con irritación de los silencios del presidente. Es probable que con razón; deberían entender, sin embargo, que los silencios de Rajoy se dirigen a los silenciosos y es de ellos de donde extrae su convicción y su fuerza. Hay muchos ciudadanos asqueados por el ruido de la política; estarían perfectamente dispuestos a cambiar un poquito de corrupción lubricante por la amortiguación del chirrido y el restablecimiento del sosiego. Se trata, también, de un clásico de la democracia.

Pero como sospecharás, querido amigo, lo que a mí de verdad me interesa es el carácter periodístico de este asunto. Lo que hacemos con la verdad. Vamos a suponer que los papeles barceneos sean veraces y que su difusión ponga en grave riesgo la estabilidad política y la superación de la crisis. No estoy convencido de ninguna de las dos cosas. Creo que el tesorero maneja verdad y ficción de un modo indecente y letal. Y creo también que si el presidente Rajoy tuviera que dimitir, la Bolsa bajaría y la prima de riesgo subiría, no más de algunas semanas; y eso sería todo el apocalipsis.

Pero supongamos que me equivoco. Que los papeles sean prueba inequívoca de una financiación irregular e inmoral del partido y de sus dirigentes. Que la dimisión del presidente quemase la flor de invernadero, que es la botánica que el actual ministro de Economía ha elegido para hablar de recuperación.

¿Qué hace un periodista que tiene esos papeles y ese convencimiento?

Cualquier intento de respuesta debe partir de un hecho obvio. Ningún periódico publica todas las verdades que caen en sus manos. Ni siquiera este periódico, anótalo. No existe ningún principio general, de obligado cumplimiento. La exhibición de las verdades depende de su intensidad y de su oportunidad, valores que sólo los establece el director del periódico, su corte de cara, y en absoluto ningún 'interés público' más o menos misterioso. Ante esta cruda libertad de elección me parece imposible que un periódico pueda aventurarse en el examen, forzosamente hipotético, de las consecuencias antes de decidir si da a la imprenta el relato de un hecho.

Un periódico no puede saber lo que pasará. Por lo tanto no puede ser su obligación saberlo ni determinar su índice de noticias en razón de consecuencias que desconoce. Los papeles barceneos (¡si lo son!) son reales, visibles. Lo que vayan a desencadenar, sin embargo, sólo es una especulación más o menos razonable.

El periodismo no puede adentrarse en las consecuencias de la misma manera que el futbolismo no puede tocar la pelota con la mano. Hablo, naturalmente, de las consecuencias que no están regidas por la ley: una ley, por cierto, que en algún momento debería ocuparse de la producción de noticias falsas del mismo modo que se ocupa de la prevaricación y de los errores médicos.

Cualquier noticia que aparece en un periódico tiene consecuencias. Públicas o privadas. Pequeñas o grandes. Los silenciosos cataclismos que provocan en la vida de los hombres las noticias de un periódico son un asunto fascinante y acaso un objeto científico imposible. En torno de las consecuencias el periodismo nunca ha podido ir más allá de las especulaciones imitativas: cuando ha cargado sobre sí la responsabilidad de suicidios o de asesinatos a manos del cónyuge. Pero ninguna de esas acusaciones se han visto respaldadas hasta ahora por fundamento más concreto que el que hace de la imitación un rasgo principal de la naturaleza humana.

En estos razonamientos no habrá de extrañarte que cierre la carta con un inexorable: 'Fiat Bárcenas et pereat mundus'.

Sigue con salud

A.

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