El regreso de Aznar

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DAVID GISTAU

Los informativos de A3 tienen un corredor de entrada lleno de espejos y luces agresivas que confiere una impresión sideral. Como Aznar conserva una pátina de autoridad, y a su alrededor se arremolina mucha gente, parece el comandante de la nave entrando en el puente de mando para repeler un ataque, no de Darth Vader, pero sí del grupo Prisa. Aunque veteranos como Matías Prats no se inmuten, hay cierta tensión antes de la entrevista, una expectativa de algo. Mónica Carrillo revolotea tirando fotos, las entrevistadoras se niegan a ser besadas para no arruinar el maquillaje.

Además de un dolor español de profundidades casi noventayochistas, Aznar trae una ira personal que lo atenaza hasta en el lenguaje corporal, que no se relajará hasta que las primeras preguntas lo permitan aliviarse. Hace un alegato tajante en defensa de su honorabilidad, anuncia que hasta por vivir en Moncloa tributó a Hacienda. Al referirse Gloria Lomana a la noticia de que Correa pagó la iluminación de la boda de su hija, Aznar descarga una de las andanadas más contundentes que uno recuerda de un estadista contra un medio de comunicación. Las cuentas pendientes vienen de antaño, puesto que Aznar evoca "una animadversión, un odio" que se remonta a antes de que ganara sus primeras elecciones generales, y por los que el grupo Prisa intentó incluso, dice, impedirle gobernar. Luego, al tiempo que banaliza el pago de Correa por tratarse del regalo de boda de alguien que no estaba imputado en nada, sigue largando golpes contra Prisa, un grupo "casi en bancarrota", que da lecciones morales a pesar de haber vendido Cuatro a un hombre, Berlusconi, que sí estaba procesado. Remata diciendo que sólo espera que a Prisa le quede dinero para pagar las querellas con las que va a responder a lo que considera una persecución personal.

El resto abarca la política general. Y, aunque las menciones a la crisis de la Corona sean de aliño, generalidades políticamente correctas, la valoración de la gestión del Gobierno hace a Rajoy una avería tal, que desde hoy habrá que considerar a Aznar el jefe de la oposición. De hecho, prácticamente entró en campaña, cuando hizo el diagnóstico de una clase media ahogada por el yugo fiscal y a la que el Gobierno no habría sabido estimular con la creación de una idea de misión colectiva comparable a la que vertebró la Transición. Cuando, a diferencia de ahora, todo parecía nacer, en lugar de extinguirse. Aznar no sólo recordó que él creó cinco millones de puestos de trabajo, sino que quiso dar un empellón a Montoro al señalar la paradoja de que algunos políticos que estuvieron con él ahora, habiendo invertido sus principios para permanecer en la bancada azul, reniegan del aznarismo económico.

La frase final dejó abierta una incertidumbre, la del regreso a lo Cincinato, si es que la ciudad necesita ser salvada, que agitará a partir de ahora el escenario político y se abatirá como una presión añadida sobre Rajoy.

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