Un exceso de eficiencia

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ENRIC GONZÁLEZ

El exceso de eficiencia suele resultar cargante. Alemania, por ejemplo. Sin entrar en cuestiones económicas o políticas, sobre las que habría mucho que hablar, ahí tenemos el caso del fútbol. Están convirtiéndolo en un deporte sin pufos fiscales ni deudas, con estadios llenos de familias que comen salchichas, jugadores jóvenes y entrenadores sonrientes. Y todo a golpe de manual.

Repasemos la historia. El fútbol alemán, contra lo que suele pensarse, no fue gran cosa hasta los años 60. Ganó el Mundial de 1954 con el célebre Milagro de Berna ante la gran Hungría, es cierto. Pero por algo se habla de milagro. El locutor que retransmitía el partido a toda Alemania estuvo de lo más eficiente cuando cantó el gol de Rahn que supuso el triunfo. Nada de «gracias, Dios mío», ni «barrilete cósmico», ni lágrimas, ni tartamudeos, sino una frase que se hizo célebre por su misma insipidez: «Dispara Rahn y gol». Ya está.

Con la generación de Beckenbauer el fútbol germánico del oeste (en el este preferían a las atletas bigotudas) empezó a brillar: el Borussia Dortmund ganó la Recopa de 1966, el Bayern de Múnich ganó la de 1967 y a partir de entonces se forjó el mito tan bien descrito por Gary Lineker: «El fútbol es un juego que practican dos equipos de once jugadores y en el que ganan los alemanes».

Tras los primores de Bayern y Borussia Monchengladbach en los 70, el modelo alemán se especializó en producir futbolistas fuertes concentrados en pasarle el balón a un ariete aún más corpulento. Hasta que el aumento de tonelaje condujo al colapso, resumido con eficiencia por Berti Vogts, seleccionador nacional en el Mundial'98: «Mis jugadores se mueven como neveras».

La reconstrucción, como decíamos, se hizo a golpe de manual. Desde la promoción de la cantera (todos los clubes tuvieron que crear escuelas de fútbol con especial atención a los inmigrantes) hasta el estudio de los detalles técnicos (según el Instituto de Colonia, los defensas deben permanecer a ocho metros de distancia el uno del otro), se reglamentó el fútbol perfecto. Ahora lo hacen ya casi todo bien. Sólo les falta aprender a ganar. Y un poquito de gracia.

Era cuestión de tiempo que un hombre tan obsesivo y tan poco chistoso como Guardiola recalara en Alemania. El problema consiste en que el gran rival del Bayern de Múnich es el Borussia Dortmund (los partidos entre ambos son llamados Der Klassiker, cosa que no requiere traducción), cuyo técnico, Jurgen Klopp, se porta tan bien como Guardiola. Francamente, una sosez. Una repetición, a otro nivel, del «Dispara Rahn y gol».

¿Qué hacer para que el fútbol alemán ofrezca sabor, emoción y material para la prensa? ¿Qué hacer para que Der Klassiker se parezca al clásico? La respuesta, por supuesto, es José Mourinho. Guardiola y Mourinho no debían haberse separado. Al portugués no le va demasiado bien, y habrá que ver cómo le va al catalán. Juntos, por la vía directa o con el ojo de Vilanova interpuesto, hicieron maravillas. Se esperaba un reencuentro en la Premier inglesa, pero la Bundesliga ofrece un marco aún mejor. Como dos buenos duelistas, o como esos dúos cómicos que no se soportan fuera del escenario, o como el Coyote y el Correcaminos, Mourinho y Guardiola deberían seguir persiguiéndose. Eso haría mucho por el fútbol alemán. Además de aliviarnos un poco a nosotros, que bastante tenemos con la deuda.

Si el exceso de eficiencia resulta cargante en todo, es especialmente descorazonador en el fútbol. El Barcelona de este año estaba, por méritos propios y por incomparecencia de los rivales, a punto de cargarse la Liga. Pese al fracaso en San Sebastián, sigue sin haber Liga. Pero ahora el Barcelona tiene que competir consigo mismo. Su entrenador está enfermo (esperemos que por poco tiempo), su portero lo ha mandado todo a paseo a mitad de temporada y su defensa necesita repasar con urgencia los manuales alemanes. Hablamos de factores que pueden desestabilizar al equipo más sólido, o, de superarse, hacerlo aún más fuerte.

Suena inverosímil la posibilidad de que el Madrid o el Atlético alcancen al Barcelona (aclaro que inverosímil no equivale a imposible), pero la institución azulgrana, como su rival clásico, mide su auténtica talla en Europa. Si ni el uno ni el otro llegan a la final de la Liga de Campeones, habrá que ir pensando que los dos grandes clubes españoles no son tan buenos como pensamos. Y empezar, quizá, a mirar fútbol alemán.

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