El último error de Rato

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CASIMIRO GARCÍA-ABADILLO

Nadie se explica por qué Rodrigo Rato ha cometido el error de cobijarse bajo el paraguas de Telefónica. Me refiero no a sus enemigos, que los tiene y son poderosos, sino a gente que le aprecia, ex colaboradores suyos e incluso a destacados miembros del equipo de Rajoy.

¿Qué gana Rato asesorando a Telefónica en asuntos de América Latina? Dinero, no, desde luego. O muy poco. A todo tirar, 150.000 euros al año. Y no es precisamente dinero lo que necesita el ex vicepresidente económico que gestionó los años de mayor crecimiento de nuestra democracia.

Alguien muy cercano al segundo hombre que más poder tuvo en el Partido Popular asegura: «Lo que Rodrigo quiere es relevancia social, sacar la cabeza, demostrar que el fiasco de Bankia no ha sido más que un tropiezo en su camino».

Si en el mundo de la economía hubiera un soberbio tan lenguaraz como Mourinho, le estaría diciendo ahora: «Después de haber gestionado el Fondo Monetario Internacional, uno no puede aceptar ser asesor externo de Telefónica».

Y no sólo porque ese puesto sea un desdoro, sino porque de todas las compañías del Ibex a la única a la que no podía recurrir era a Telefónica. No hace falta ser un mal pensado para concluir que el fichaje se corresponde con una devolución de favores, algo que uno puede hacer con su patrimonio personal, pero no utilizando la primera compañía del país, en la que su actual presidente, César Alierta, aterrizó desde Tabacalera, donde le colocó su amigo, el vicepresidente económico.

Es una buena muestra de eso que se llama crony capitalism, o capitalismo de influencias, de amiguetes. Justo lo que menos necesita ahora la clase empresarial y la clase política en España.

¿Acaso es que Rato no tiene derecho a ganarse la vida? ¿No es una de las personas más capacitadas para la economía y las relaciones internacionales? Pues sí que lo es. Pero precisamente por ello no debería nunca haber aceptado la oferta de Alierta.

No es sólo que dé mala imagen al sistema, a la clase dirigente. La gente pensará que ésa ha sido la recompensa después del fracaso en Bankia. Es decir, que para algunos, para unos pocos, nunca existen las tinieblas. Es que para el propio Rato es un punto humillante. Decía Carmen R. de Ganuza en su crónica del domingo en este mismo diario que para algunos líderes del PP la entrada de Rato en Telefónica (aunque sea por la puerta de servicio) es un «acto de piedad». ¿Cómo puede aceptar esa condescendencia alguien que ha sido durante ocho años ministro de Economía, que ha sido director gerente del FMI, que ha sido el número dos de facto del propio PP?

«No. Rato no necesitaba echarse en manos de Alierta», advierte una fuente bien conectada con Moncloa. «Se le estaba ayudando, por parte de Rajoy no había ningún ánimo de venganza. Todo lo contrario. Discretamente. Pero se le estaba ayudando. Este asunto complica las cosas...».

¿Pero cómo? ¿Acaso Alierta no consultó con el Gobierno la decisión? «Sí», responde la fuente. «No sólo Alierta, sino también Fainé, porque Caixabank tiene el 10% de Telefónica, no hay que olvidarlo».

¿Entonces? «Moncloa nunca dice que sí o que no. Cada cual interpreta lo que ha escuchado. Pero lo que nadie puede decir es que el Gobierno empujó para que Telefónica fichara a Rato. Eso es mentira».

Desde luego con quien no se consultó fue con el equipo económico. Tampoco en Telefónica hubo margen para el debate. La Comisión de Retribuciones de la compañía, que aprobó el viernes por la tarde la decisión, se enteró unas horas antes. Este asunto lo han llevado directamente Alierta, Fainé y Rato.

Sin duda, éste ha sido el error más incomprensible de los cometidos por el hombre que despertaba mayor entusiasmo en el centroderecha español hasta hace no muchos años.

Otro de los que le conoce bien asegura: «Rato podía haber hecho informes para Telefónica. Es un hombre cuyas cualidades y conocimientos nadie niega. Para la compañía han trabajado de esa forma otros ex ministros como Javier Solana o José María Michavila... Por no hablar de Arriola». Eso confirma la hipótesis de que no se trata de un asunto de dinero, sino de relevancia. Rato quiere volver a ser un hombre importante, salir a cenar y que la gente le salude con respeto. Dejar de ser el tipo al que silban en la calle por las preferentes de Bankia.

Comprensible. Pero, en todo caso, mal elegida la empresa donde recalar y el momento para hacerlo: justo cuando aún está imputado por diversos delitos en Bankia.

¿Cómo verá el juez de la Audiencia Nacional su nuevo empleo? Fernando Andreu, recordemos, insistió en las razones que llevaron a contratar a Lazard, banco para el que él mismo había trabajado hasta que fue nombrado presidente de Bankia.

Rato podría haber ingresado en Endesa o en Iberdrola, o mejor, en una compañía multinacional. Pese a no haber salido bien parado en el hit parade empresarial (Businessweek le ha adjudicado el quinto puesto como peor gestor en 2012), Rodrigo Rato sigue siendo una de las cabezas mejor amuebladas de la política y de la economía españolas. No hace tanto tiempo que el propio Fainé, Botín y otros se lo rifaban para sus consejos.

Entonces, como preguntaría Zavalita en La Catedral (Vargas Llosa), ¿en qué momento se jodió el buen tino de Rato?

Algunos muy próximos a él aseguran que después de nueve años aún no ha digerido que el dedo de Aznar se posara sobre Rajoy en aquella tensa tarde de agosto de 2003. «Desde entonces», asegura la fuente, «Rato no ha encontrado su sitio».

Tuvo la inmensa suerte de ser nombrado director del FMI y lo tiró por la borda sin concluir su mandato. Volvió con la esperanza de ser el relevo de Rajoy al frente del PP y no lo consiguió. Y, finalmente, su sueño de crear el mayor banco de España concluyó en naufragio. Pero ésos son los errores de los grandes hombres. Lo de Telefónica sólo se entiende para los que ya han dejado de serlo. Una pena.

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