Una anomalía estupefaciente

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ANTONIO LUCAS

Cuando el pasado viernes echaron a volar las fabulosas cifras de paro este país quedó aún más reducido a una anomalía estupefaciente. No se puede humillar más a un territorio que cuando el 25% de su población en edad de trabajar ve la vida pasar desde el balcón de la nada. Hablamos del problema más grave de España. Ni nacionalismos, ni el viejo chantaje de ETA, ni carreteras de peaje, ni tantas mediocridades de calibre corto. El paro. Porque el paro no es la patria del parado, sino su cáncer forzoso, la desactivación del individuo, su condena al chabolismo social, un sometimiento insidioso (esclaviza más el desempleo que el jornal). Y luego está la demagogia política que genera. La falsa ansiedad, el 'guerracivilismo' de las culpas, el dedo índice de las promesas. Un país que acepta este designio es una carcundia. Un terruño de medianería medieval.

La vida de hoy está cifrada por un puñado de gentes que utiliza el paro a favor o en contra, según convenga. Es el arma arrojadiza, el tiesto al vuelo de la economía, el arcabuz sensacionalista de los que no van a padecerlo. El desempleo y la puta calle es su próspero negocio. Durante años desarrollamos una velocidad de ricos de hojalata para los que la auténtica humillación era el trabajo. Entonces se vivía mejor amaestrando corrupciones y aceptando el no saber nada, ni siquiera leer. Dejándolas pasar. Abundando pelotazos. Y casi nadie se alarmó. Pero un día quebró el invento y sobrevino la vida basura, el curro volandero y los ERE 'cum laude'. 'Voilà'.

Pisamos un país impotente que volverá a ser surtidor de mano de obra barata y nadie ha propuesto hasta ahora una salida. Ni siquiera exigimos soluciones, ya tan sólo alternativas. Rajoy anda en sus quehaceres abúlicos y Rubalcaba en su 'gargamelismo' patético. Ellos representan lo que algunos llaman continuidad básica de la nación. Es decir: dos puntales del "género depresivo español" (Arcadi Espada). Mi 'compadrita' Olga Rodríguez decía la otra mañana que si se pueden rescatar bancos también se podrán rescatar universidades. Pero parece que no conviene fortalecer a más generaciones con ideas. O propiciar el derecho al acceso a esas ideas. Mejor acumulemos paro. Aceptemos limosnas en Cáritas. Generemos una sociedad de cartilla de racionamiento y bolsa de arroz, yogur y aceite. Seis millones de parados no suponen una derrota, sino una condena. A mí me avergonzaría hacerle malgastar a la gente su vida mientras me votan las mentiras.

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