Tu Mundo
EL SER humano tiene tendencia a echar la culpa de sus errores a las circunstancias o a los otros. No es extraño, pues, el discurso que está transmitiendo el Gobierno en las últimas semanas, que consiste en lanzar el mensaje de que nuestra salvación depende de Europa, como si aquí ya no hubiera nada que hacer.
La realidad es que aquí hay mucho que hacer, empezando por la supresión de todos los privilegios de la clase política por una elemental cuestión de ejemplaridad. Pero además hay que acabar con subvenciones, monopolios y regalías que, en muchos casos, vienen del franquismo.
El vicio fundamental que debemos erradicar es la idea de que los sacrificios tienen que afectar solamente a los demás. Hay que asumir, aunque sea doloroso, que todos tenemos que contribuir a salir de una situación tan complicada como ésta.
Desgraciadamente el panorama inmediato es desolador porque las políticas que el Gobierno tiene que llevar a cabo, por imperativo de la UE, van a agudizar la crisis y desencadenar nuevos ajustes. En este contexto, no hay que ser adivino para anticipar que estamos ante un otoño caliente, en el que los sindicatos y la oposición van a movilizar a los ciudadanos contra las medidas impopulares que se avecinan. Creo que no es el momento de salir a la calle, pero comprendo que muchos españoles estén indignados por el injusto reparto de las cargas y por la impunidad de la que disfrutan quienes han provocado la debacle.
El Gobierno de Rajoy está dejando pasar una ocasión de oro para realizar las grandes reformas que necesita la sociedad, empezando por la regeneración de la vida política. Estoy convencido de que los ciudadanos soportarían mucho mejor sus dificultades si vieran en nuestros gobernantes una voluntad de acabar con sus privilegios y de exigir responsabilidades a quienes no cumplan. Pero lo que está sucediendo es lo contrario.
Rajoy está gobernando con los mismos usos y prácticas clientelares que sus predecesores, pero ello nos resulta intolerable porque la situación es enteramente distinta. De ahí viene la decepción de los que creíamos que lo haría mejor. A este Gobierno le faltan dos cosas: un relato coherente de lo que pretende hacer y generar ilusión. Sin ilusión, no vamos a ningún lado.
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