Tu Mundo
LUIS MARÍA ANSON
A Mariano Rajoy le asusta abrir un nuevo frente político, acogotado como está por la crisis económica y la crónica anunciada de un otoño hipercaliente, con los incendios de las mil y una manifestaciones sindicales callejeras. El presidente es demasiado sagaz para no advertir en toda su dimensión el costo de imagen y popularidad que supone su política merengosa ante Eta. Durante la larga etapa de la oposición, su denuncia de la indignidad nacional de Zapatero, al negociar el líder socialista de tú a tú con los etarras, bordeando el delito de colaboración con banda armada, proporcionó al dirigente del PP copiosa munición y el respaldo popular, incluso en multitudinarias manifestaciones ciudadanas.
Pedro Arriola, la eminencia gris de Rajoy, el gurú de los palacios monclovitas, hombre muy seguro en sus errores, le viene recomendando al presidente, desde el pasado mes de diciembre, que no abra el frente de Eta. Moncloa ha cubierto con la tierra del olvido la deslegalización de Bildu, prometida durante la campaña electoral. Y la política penitenciaria, zarandeado Jorge Fernández por la agresividad etarra, está ensoberbeciendo a la banda criminal. Los terroristas saben que Rajoy quiere evitar a toda costa que se ponga en marcha de nuevo la caravana de los atentados, los crímenes y los secuestros. Y, claro, se aprovechan hasta la náusea de la blandenguería marianita. La imagen de Rajoy, de hinojos ante Eta, ha sublevado a una parte no desdeñable de la opinión pública.
El caso Bolinaga resulta paradigmático. El terrorista se envanece con cinismo de una biografía plagada de asesinatos y secuestros. "Pues que se muera de hambre ese carcelero", masculló cuando fue detenido, negándose a revelar la ubicación del zulo donde prolongó la tortura de Ortega Lara a lo largo de 532 días. Después, durante el juicio y en la prisión, ha permanecido insultante sin dar la menor señal de arrepentimiento. Teniendo en cuenta las trampas de Eta, no estaría de más que se exigiera una segunda opinión médica sobre el cáncer del asesino terrorista, no vaya a ser que el calificativo de "terminal" sea una añagaza más para eludir la prisión.
Genuflexo ante el chantaje etarra, Mariano Rajoy hace como que no se entera de lo que está sucediendo y de la reacción de la opinión pública ante el caso Bolinaga. ¿Tiene razón Arriola? ¿Tienen razón los que consideran que la medida de gracia está fuera de lugar en este caso? Difícil es contestar a esas preguntas. Parece claro que no conviene encizañar más la situación crítica por la que atraviesa España. Pero también resulta evidente que el Estado de Derecho, si quiere continuar siéndolo, no puede ceder ante el abierto chantaje de una banda terrorista, a la que Zapatero entregó la gobernación de una provincia vascongada y de muchas decenas de pueblos, amén la representación parlamentaria en el Congreso de los Diputados. Una banda, en fin, que se enseñorea en el ejercicio totalitario del poder político, robusteciendo la dictadura del miedo que desde hace cuarenta años padece el País Vasco, donde las elecciones no son ni libres ni democráticas.
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