Sacrifícame, tonto

MANUEL JABOIS

El gobierno le pide sacrificio y usted se encoge de hombros y se sacrifica como puede, dejando a la niña sin estudiar la carrera que le gusta porque está fuera de la ciudad o privándose de algunos lujos, como salir de casa. Lo hace sin rodear sedes de partidos ni cortar carreteras, porque le enseñaron que la democracia, cuando sufre, la mantienen los estoicos: tan sacrificado es pagar impuestos como evitar presentarse en el Congreso a dar un golpe o escribir, al borde de la desesperación, un tuit incendiario desde la piscina.

Usted se está sacrificando bien, y si el Gobierno le vigilase hasta le condecoraba, porque paga el Iva, no le trampea a Hacienda y en los momentos de más sacrificio, casi inmolación, renuncia a que su cuñado le cuele en la Seguridad Social. «¡Sacrificao, que eres un sacrificao!», le dice él por teléfono antes de colgar: «Qué hermano tan gilipollas tienes, Mari». Porque un poco gilipollas usted sí que es, y para sus adentros cree que con 50 millones de gilipollas más hoy no estaríamos en éstas, y podría mandar a su hija a estudiar lo que quisiera, que tiene nota de corte, pero no dinero.

«A España», piensa usted, «le sobran listos y le faltan gilipollas. Y 50 millones de listos hunden más rápido un país que 50 millones de gilipollas». Pero he aquí que el listo no sólo abunda sino que flota: el imputado por corrupción renueva por más de un millón de euros, a la diputada que usted paga porque mande a la gente a joder la homenajean en su tierra, el ex conseller que seguía cobrando del erario público se pone a traficar con tabaco, el banco rescatado con su dinero vende preferentes a devolver tras 9.000 años y se sucede, como recrudeciéndose, la ola de enchufes de familiares y pandilleros en la Administración pública.

Listos todos sin sutilezas, de forma abrupta y constante, para el pasmo general. Y no asombra tanto que lo sean como que no bajen el ritmo. Por eso usted no se está sacrificando por lo listos que fueron otros en su momento, sino para permitirles que lo sigan siendo. Como si al hundirse el edificio le pidiesen que baje al sótano mientras ellos aplauden en la terraza del ático no porque haya más recortes, sino porque están avisando al helicóptero.

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