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JOSÉ PERLAS

El octavo título de Nadal en Montecarlo, cifra que incrementa si cabe la admiración que su figura merece, quedó culminado de forma mucho más sencilla de lo previsto. Es poco habitual que un partido entre los dos mejores del momento finalice con un resultado tan contundente; de un lado, ni de otro. Basta echar un vistazo a la ya larga historia de sus enfrentamientos, que se inician en los cuartos de final de Roland Garros, allá por 2006, para comprobarlo. Los méritos del español en arcilla están de sobra contrastados. Ayer, además, se mostró notable con su servicio, lo cual le ayudó a abrir esa brecha extraordinaria. Tuvo un porcentaje de un 80% en el primer parcial, en el que logró dos de sus tres saques directos.

Sin devaluar su triunfo, hay que resaltar que vimos a Nole falto de la energía y la precisión que le permitieron firmar un 2011 prácticamente irrepetible y lograr siete victorias consecutivas en otras tantas finales ante el hombre que ayer le asestó la derrota más amplia en sus 31 enfrentamientos. Sin energía es difícil encontrar la precisión, y el serbio, acostumbrado a jugar, incluso en arcilla, más cerca de la línea de fondo de lo que lo hacen la mayor parte de los adversarios de Nadal, estuvo muy lejos de sí mismo. Los hechos que de una u otra forma rodearon el partido nos devolvieron a un Djokovic olvidado, tan distinto al que estableció una espectacular hegemonía en el circuito y en sus citas directas con Nadal. Otra vez apareció, con los atenuantes que vamos a referir, el tenista a ratos precipitado y ausente, con una vena indolente. No le ayudaron las circunstancias. El viento, que complica a todo tenista, incomoda más a alguien con sus señas de identidad. También contribuye a explicar su pobres prestaciones con el saque, dado que se lanza la pelota muy alto y ésta permanece demasiado tiempo en suspensión en el aire.

En su concepción global del juego, al margen del servicio, Nadal, con su tenis liftado, maneja mejor las alturas y cuenta con mayor margen de error. Djokovic sabe de las enormes dificultades que entraña siempre el mallorquín, y más en su superficie favorita. Si añadimos las condiciones atmosféricas y el dolor por la pérdida muy reciente de su abuelo -fallecido horas antes de su partido de tercera ronda, el pasado jueves, contra Dolgolpolov- la empresa resulta aún más complicada. Creo que este partido supone un paréntesis en sus pugnas directas, que no cabe sacar grandes conclusiones de cara al porvenir inmediato. Evidentemente, tal y como está el tenis en la actualidad, con la formidable exigencia física y mental que supone, resulta muy difícil mantenerse al máximo todo el año, como hizo Djokovic en el pasado curso.

Hubo pocas novedades estratégicas. Nadal aplicó la misma fórmula de los enfrentamientos precedentes, empezando la jugada por el revés de su rival y esperando hasta encontrar el cambio de dirección que, dadas las características del balcánico, ha de aplicar antes que, por ejemplo, frente a Roger Federer. Djokovic estuvo espeso en la toma de decisiones. Le faltó frescura a la hora de construir las jugadas, de elegir el momento adecuado de asumir los mayores riesgos. Erró incluso en bolas a media pista, donde rara vez perdona. Tal vez Nadal guardaba alguna bala sorpresa en la cartuchera, pero no precisó hacer uso de ella.

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