Bruselas, tenemos un problema

IÑAKI GIL

La voz sonó serena pero preocupada. El políglota presidente del colegio de comisarios conocía esa voz femenina. «¿Bruselas? Tenemos un problema. Estos franceses son imposibles. Siempre con sus sueños de grandeur... Querían una Constitución porque les gustan las grandes construcciones teóricas y accedimos a redactar una. Pero no podía hacerse en el silencio de discretas comisiones de expertos. No, tenía que presidirla el más arrogante de todos los franceses, Giscard d'Estaing.... Y para qué, para votar no. Y ahora, ¿qué quieren ahora?».

El funcionario no sabía muy bien cómo parar la diatriba. «Bueno, bueno esta vez no es tan grave... Los dos candidatos son proeuropeos...»

No pudo terminar la frase. No entendió la expresión. Pero sonó a palabrota en alemán. «Comparados con ese 30% de extremistas de uno y otro lado, Francois y Nicolas son europeístas... Pero los dos han hecho campaña criticando pilares de la construcción europea...»

El políglota recurrió al italiano: «Parole, parole. Cosas de las campañas. Mariano también dijo esto y lo otro y luego, ya ha visto, señora, sigue la hoja de ruta».

Esas palabras, dichas con la dulzura de la lengua de Pessoa no acabaron de surtir efecto. Berlín seguía con un mosqueo de los gordos. «Los franceses son unos liantes. Habrá que esperar a su Gobierno, querrá una reunión bilateral, redactar un memo, circularlo, consensuarlo y convocar una cumbre extraordinaria...»

Bruselas se atrevió a cortar a su interlocutora. «Quizá podríamos subsumir la propuesta de gobernanza para salir de la crisis de Francois dentro de tus conversaciones para dotar a la UE de una auténtica política económica común....»

Por primera vez, la voz alemana pareció suavizarse un poco. «Bueno, la verdad es que sus emisarios ya me han hecho saber que no habrá que refundar el euro. Se conformarán con una adenda a favor de impulsar el crecimiento. Luego habrá que ver de dónde sale el dinero. Pero, oye, no se lo digas a nadie... Que quedan otros 15 días de campaña. Hasta en esto tienen que ser diferentes los franceses... No podrían votar de una vez como todos los demás...»

- «Entonces, no hay de qué preocuparse», suspiró Bruselas en varias lenguas.

- «A mi el que me preocupa es el otro, el pesado de Nicolas, el besucón. Quiere cambiar Schengen y redefinir el papel del BCE. ¡¡¡¡Y yo tengo elecciones el año que viene!!!! Sólo me faltaba eso... Si ya era engreído, como salga vivo de esta, no va a haber quien le aguante. Además como será su último mandato querrá todo. Con lo que les preocupa a los presidentes franceses cómo pasarán a la Historia... Insoportable».

Por fin Bruselas comprendió que tienen un problema, Francia. En dos versiones. «Entonces, qué hacemos. ¿Quieres que llame a Mario?».

- «No te preocupes, con Francfort ya he hablado yo. Mañana van a comprar deuda a tope».

(Naturalmente, todas esas citas entre comillas son apócrifas. Pero la realidad no es muy diferente. Ayer en las urnas francesas casi un tercio de los electores votaron por candidatos que quisieran que Europa no existiera. Que desapareciera el euro y el BCE a los que achacan la política de rigor que Francia necesita tanto como los países del Mediterráneo. Que desapareciera Schengen y los gendarmes vuelvan a las garitas abandonadas de las viejas fronteras... Tras echar a todos los emigrantes.

Los dos candidatos en liza han hecho guiños a sus flancos para frenar el impulso de los extremistas de ambas orillas. Y no pueden dar por perdido ningún voto. Y, a la vez, deben conquistar esa franja de electores de centro que aún puede inclinar la elección. Así que tenemos un problema. Se llama Francia).

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