Una pared entre la vida y la muerte

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JAVIER ESPINOSA / Homs (Siria)

La muerte siempre se asocia al negro. Quizá porque es el color que domina el entorno cuando se aproxima. "¡Me han dado!". Los gritos de Paul Conroy fueron los primeros que se escucharon en la oscuridad absoluta que dominaba la estancia. "¡A Mary también!". A Marie Colvin la había decapitado la metralla.

Al disiparse el humo la imagen era estremecedora. Varios cuerpos se encontraban entremezclados con los cascotes, los ordenadores y las cámaras de los informadores. El cohete había caído justo a la entrada del habitáculo. La onda expansiva arrasó la habitación que usaban los periodistas extranjeros y locales como residencia improvisada. Para uno de ellos, Hussein, de 22 años, "Alá" decidió la suerte de cada uno. En mi caso y en el de William Daniel fue un muro. En el caos bélico, el destino se decide a veces por centímetros. Los que se protegieron detrás de la pared salieron ilesos. Los otros fallecieron o resultaron heridos.

La conocida periodista del diario The Sunday Times y el fotógrafo francés Rémi Ochlik se sumaron ayer a la trágica contabilidad de la represión que se ha abatido sobre Bab Amar, el principal reducto en Homs de los opositores al presidente sirio Bashar Asad. Más guarismos que añadir a un listado interminable en una jornada que, como apuntó el doctor Abu Mohamed, de 68 años, "fue bastante mejor que la precedente". Otros dos periodistas y un cineasta sirio sufrieron heridas de diversa consideración en el suceso.

Homs quizás no sea todavía Sarajevo. Pero Bab Amar sí recuerda a Dobrinja, el barrio de la capital bosnia que sufrió un cerco dentro del cerco. Como allí, la población local resiste con una determinación difícil de comprender el cerco y el incesante bombardeo de los cohetes y obuses que lanzan las tropas del autócrata. Las avenidas están repletas de escombros y edificios reventados. Hay coches aplastados por los pedruscos o reducidos a chatarra.

Predecir el peligro

Los vecinos han aprendido a predecir con cierta lógica la presencia del peligro. Sus reglas son muy básicas. La proximidad de las lanzaderas de misiles Grad y de los morteros les permite escuchar el "¡puff! -Hussein hace la mímica con los labios- que marca la salida del proyectil. Y después viene el ¡boom!".

Fue él quien dio la voz de alarma. "¡Adentro, adentro!". Los reporteros intentaban huir de la vivienda. Tres misiles la habían golpeado con anterioridad. Pero para Marie y Rémi el aviso llegó unos segundos tarde. La explosión derribó muros y convirtió las puertas y el cristal en munición mortal. El misil dejó un enorme socavón en el rellano de la residencia.

"Ahora dirán que los han matado los terroristas [Damasco siempre utiliza esa acusación para identificar a sus opositores]. Y tienen razón, ellos son los terroristas", indicó Abu Janin mientras se recuperaba de la conmoción en una casa cercana.

El cirujano Abu Mohamed ha tenido que regresar al trabajo tras siete años de retiro. Se había jubilado, pero al ver lo que sucedía en Bab Amar decidió presentarse como voluntario. Condujo su vehículo esquivando los balazos de los francotiradores, otra amenaza recurrente en este lugar.

Ayer tuvo que remendar la pierna de la periodista Edith Bouvier, de Le Figaro, "con pura imaginación porque no tenemos medios, simplemente improvisamos". El mismo hospital de campaña -una casa reconvertida en clínica- ha sufrido los embates de la furia que parece atesorar Damasco contra este suburbio, devenido en todo un símbolo de la resistencia a la dictadura. Tres miembros de su equipo han fallecido ya alcanzados por las deflagraciones: "Ayer se me murieron aquí 10 personas. En total contamos 20 mártires. Sólo traemos a los que tienen posibilidades de vivir, a los muertos los enviamos directos al cementerio. Yo habré tratado a más de 500 heridos en estos días".

El facultativo repite una cifra que dan otros muchos sirios del enclave. Dice que cada día son bombardeados por un millar de proyectiles. A lo mejor es una estimación inflada, pero sí se cuentan por cientos.

Los habitantes del suburbio ni siquiera tienen la opción de ocultarse en sótanos o refugios. Bab Amar siempre fue uno de los arrabales más pobres de Homs. "Aquí la gente se hacía una casa de un piso como podía, y los más agraciados han llegado a construir otros dos encima, pero nadie tiene dinero para sótanos, garajes o refugios", explica Abu Janin, uno de los integrantes del equipo de "periodistas ciudadanos" que constituye la principal fuente de información sobre lo que está acaeciendo aquí.

"¡Ala Akbar!". Los chiquillos invocaban a su Dios cada vez que escuchan pasar el silbido de los cohetes. Es su último asidero. Olvidados por la comunidad internacional, como ocurrió con Dobrinja y Sarajevo durante años, los sirios se han refugiado en la religión. En esta casa, donde se hacinan más de 30 personas -incluida toda una plétora de chiquillos y varios bebés- hasta los más pequeños, niños de no más de seis ó siete años se arrodillan a rezar.

Luchar contra todos

Las mujeres están instaladas en otra habitación con los recién nacidos. Pequeñines como Yasem, de dos meses, y Omran, de cuatro. Cuando se les inquiere si disponen de leche para alimentarles sonríen ante la ingenuidad. "Les damos biberones con agua, te y queso", aclara una.

"Eso es un cohete". "Eso es un mortero". Las conversaciones giran en torno a los estallidos. "Eso es una dushka [una ametralladora pesada] de los shabab [la guerrilla local]", opina Hussein. "No, no ésa es la ametralladora del tanque", le corrige un amigo. La única luz es la que desprende un candil. Homs ha regresado al siglo pasado. La luz, el agua y hasta el pan son ahora un lujo disponible tan sólo en ocasiones.

Aferrada a su tradicional hospitalidad, la familia siria insiste en compartir sus escasas viandas con el extranjero. Una lata de atún, aceitunas, queso y el sempiterno té. Abu Salim, de 52 años, tan sólo puede comer con la mano izquierda. La derecha todavía la tiene vendada. Un mortero le arrancó tres dedos y le clavó metralla en la pierna.

"Estamos luchando contra todos, contra Rusia, China, Irán, Hizbulá, Siria y el diablo. Todos contra el pueblo sirio", declara. "Sólo tenemos a Dios, ¿dígame qué hace Europa o EEUU? En Libia intervinieron porque tenían petróleo, pero de aquí no pueden sacar provecho". Quien habla ahora es un clérigo de 28 años que ejerce como jefe de uno de los grupos armados de Homs.

Reconoce abiertamente que luchó en Irak en las filas de los "guerrilleros" -así los define- que peleaban contra la invasión norteamericana. Ahora ha regresado a la lucha armada. Sus hombres se mueven sigilosos durante la noche. Su patrulla deambula por las inmediaciones de las posiciones del ejército gubernamental desafiando toda la lógica. A veces marchan a pie. Otras en coches que no encienden los faros. "Ahí, a 100 metros, están los soldados. No hagan ruido", dice el jeque, que no quiere dar su nombre.

Su fe parece un escudo ante la evidente inferioridad militar de sus acólitos: "En Irak también luchamos contra el primer imperio del mundo y ganamos gracias a Dios".

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