Maldad científica

DAVID GISTAU

Cuando estuvo en Norteamérica, Agustín de Foxá se interesó por la cultura popular del héroe, su degeneración al tebeo. Observó que, de igual forma que los prodigios de la tradición europea no necesitan explicarse porque están relacionados con la magia y la intervención de los dioses, los del superhéroe o el supervillano exigen una coherencia científica.

Como si los niños de una sociedad tan mecanizada, más racionales y menos mágicos que los contemporáneos de Homero o Mallory, sólo estuvieran dispuestos a aceptar que un ser humano puede tener propiedades prodigiosas si antes le ha ocurrido algo en un laboratorio. Incluso excepciones como Batman, una mezcla de rencor y entrenamiento humanísima incluso en las averías psicológicas, no sería nada sin toda la tecnología que puede comprar su fortuna.

Hugo Chávez tiene una mentalidad Marvel muy parecida a la de los niños norteamericanos a los que Foxá veía fascinados por historias de ladrones de cerebros y radiaciones malignas. No hace falta recordar que, en su maniqueísmo de tebeo, USA cumple el papel de un supervillano que incluso deja olor a azufre -pronúnciese como Celia Cruz dice «¡Asssssúcar!»- en las estancias por las que pasa. Pero resulta definitivamente encantador por ese modo tan infantil de atribuir al malvado superpoderes de explicación científica tales como esa máquina que, a modo de un Doctor No, permitiría al Pentágono provocar el cáncer a diferentes estadistas iberoamericanos con sólo ir apretando botones.

De tomarle en serio, lo cual siempre se hace muy difícil con él, lo primero que cabría preguntar a Chávez es por qué, si dispone de esa maquinita, USA tuvo que enviar a un comando SEAL a que matara a Bin Laden con un estilo mucho más apegado al pelotón de infantería de Spengler que a los prodigios del superheroísmo, ya sea éste de naturaleza mágica o científica. A menos que Bin Laden fuera inmune al cáncer por su propio origen ultraterrenal y hubiera sido necesario abatirlo con una bala de plata que trajo un hada o con una estaca de Van Helsing.

En realidad, la ocurrencia de Chávez es una declaración de admiración supersticiosa. En una época en que USA ha regresado a las guerras menos tecnológicas -las asimétricas, las de las fuerzas especiales pisando el suelo- y se demuestra incapaz de ganarlas, anunciando incluso un declive militar, Chávez le confiesa asombros comparables a los de un totonaca que creyera ver el dios de las profecías ante la visión de su primer Conquistador, a caballo y con la tecnología del arcabuz. Queda otra posibilidad: que su vanidad prefiera inventarse una herida de guerra a aceptar que padece una enfermedad desgraciadamente común.

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