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GINA MONTANER

Mariela Castro es hija del actual presidente de Cuba, Raúl Castro, y directora del Centro Nacional de Educación Sexual. La filóloga Yoani Sánchez es una bloguera de renombre internacional que desde su blog, Generación Y, refleja las tribulaciones de los jóvenes que han crecido bajo el castrismo. Estas dos mujeres tan diametralmente opuestas se tropezaron hace unos días a golpe de mensajes en el universo celeste de Twitter.

Yoani es experta en las redes sociales y cuenta con casi 200.000 seguidores. Mariela, en cambio, acaba de estrenarse en un medio en el que los usuarios están habituados al sparring de la discusión diaria. Twitter, a diferencia de la blanda atmósfera de Facebook, exige la idea afilada y breve en 140 caracteres. Un resbalón puede costar caro en la velocidad de la luz de los tuits que se retuitean en el infinito democrático. Al entrar al ring virtual hay que estar preparado para recibir los golpes en la lona del haiku falsamente etéreo.

Sonó la campana y salió al cuadrilátero la hijísima de la dinastía castrista, acostumbrada a los algodones de una existencia ajena a la catástrofe de más de medio siglo de dictadura. Y en eso Yoani, siempre atenta a la proyección internacional en vista de que no le permiten salir de Cuba para recoger los numerosos premios que le han otorgado, apareció dándole la bienvenida a Mariela a la «pluralidad» de Twitter, donde nadie la puede «callar, negarme permiso para viajar ni impedir la entrada». Aquello fue un jab directo a un personaje empeñado en ponerle rostro humano a una satrapía despiadada.

El match dialéctico había comenzado. Mariela, principiante en un ámbito de pesos pesados, alargó su rojo guante: «Tu enfoque de tolerancia reproduce los viejos mecanismos del poder. Para mejorar tus servicios necesitas estudiar». Se nota que no está entrenada. Son las desventajas de quien no navega a gusto en la libertad y sólo domina las parcelas de poder que cómodamente heredó por ser «hija y sobrina de».

Fallida estrategia contra Yoani. La suya es la historia de una self-made woman, capaz de hacerse mundialmente famosa sin formar parte de la aristocracia castrocomunista. Desde su modesto piso habanero y con la metralla del ordenador, dirige la revolución de los blogueros que cada día derriban los muros que por las noches levanta el esclerotizado régimen.

En el segundo asalto, Sánchez le replicó a Castro: «La tolerancia es total o no es». Mariela se tambaleó y comenzó a comprender que para bailar en Twitter hay que tener los reflejos de un Cassius Clay. O la agilidad mental de Yoani. No vale con pretender engañar al personal con la tolerancia hacia el colectivo gay. Viniendo de alguien que alguna vez ha afirmado que «lo más conveniente para Cuba es el partido único», su discurso despide un tufo entre patético, casposo y cínico. Mariela Castro sabe bien que su padre y su tío tienen pendiente sentarse en el banquillo de los acusados por los crímenes que cometieron contra los homosexuales en los campos de concentración de la Umap. Y de eso, ni pío.

Acorralada contra las cuerdas, Mariela le propinó un golpe bajo a su adversaria calificando a los disidentes de «parásitos despreciables». Empleó las viejas tácticas de su padre Raúl y su tío Fidel. Un peso pluma contra la superioridad moral de Yoani. Poco a poco sus tuits se apagaron con frívolas referencias a sus viajes por el mundo que a la bloguera le niegan. La derrota en Twitter de Mariela Castro ha sido por KO.

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