Patatas con chorizo

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PEDRO G. CUARTANGO

Hace pocos días me enzarcé en una discusión filosófica con un amigo que mantenía la tesis de la primacía del jamón sobre el chorizo. Sostenía que una buena pieza de jamón ibérico o de Jabugo era muy superior a un buen chorizo, una afirmación empíricamente indemostrable.

Enfrascados en el calor de la batalla dialéctica, se me ocurrió la feliz argumentación de que con el jamón no se puede guisar un plato como las patatas con chorizo, manjar exquisito e incomparable si se acompaña de un buen clarete de Covarrubias.

Mi amigo reconoció que el jamón no sirve para cocinar porque sería echarlo a perder, mientras que el chorizo acompaña muy bien cualquier plato de legumbres. Pero se reafirmó en su proposición spinoziana de que el jamón es un atributo de la sustancia divina, mientras que el chorizo tiene un carácter impuro por la mezcla de la carne del cerdo con pimentón y tripa.

Sus palabras me produjeron una sincera indignación y tuve que recordarle que tanto el jamón como el chorizo eran alimentos cristianos, que sólo se ingerían en el norte de la Península cuando el Ebro era tierra de marca con el Islam.

Llevado por los efluvios etílicos, le argumenté que el sabio Aristóteles había inventado la teoría del hilemorfismo para explicar la diferencia entre el jamón y el chorizo como dos formas diversas de una misma materia: la carne del cerdo.

Mi amigo señaló que mi hipótesis no era descabellada porque en las ruinas de Tarraco se había encontrado un jamón fosilizado de hace 2.000 años, lo que bien podría demostrar que los filósofos de la Academia de Atenas ya degustaban este producto, que luego los romanos se llevaron a la ciudad de las siete colinas al igual que la sabiduría de Platón.

Si Parménides demostró la imposibilidad del movimiento y su discípulo Zenón de Elea concluyó que el veloz Aquiles nunca alcanzaría a la tortuga, bien podría ser cierto que el jamón hubiera sido creado por la belicosa Palas Atenea y el chorizo por Hera, la esposa de Zeus, como alimentos de los dioses en el monte Olimpo.

Pero todo ello son divagaciones sin sentido porque, en realidad, nadie sabe el origen de estas delicias que se remonta a los albores de nuestra memoria histórica. La verdad es que siempre espero con ansiedad la llegada del otoño para poderme comer una buenas patatas con chorizo, que curan todos los males del alma, sin necesidad de profundizar en su esencia metafísica.

Tras una apasionada discusión, mi amigo y yo llegamos a un acuerdo salomónico. Quedaremos proximamente para disfrutar de unas buenas patatas con chorizo, pero antes tomaremos como aperitivo una ración de Jabugo con un fino andaluz.

No he encontrado otro mejor argumento para convencerme de la racionalidad de lo real que la existencia de esas patatas con chorizo en las que lo Absoluto se encarna en este modesto tubérculo, tan misterioso y maleable como la materia oscura.

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