Sospechosos

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ARCADI ESPADA

La prensa socialdemócrata trata a la atleta Marta Domínguez de sospechosa. Una palabra que no debería estar en los periódicos, pero que ya designa una categoría: la de aquellos que la opinión pública considera culpables con independencia de que el juez haya sentenciado e incluso de lo que haya sentenciado. Ni que decir tiene que el recuerdo insistente de que la atleta Domínguez está inscrita en esta categoría periodística proviene directamente de su candidatura al Senado por el Partido Popular. Las sospechas que se proyectan sobre ella, una vez desestimado que traficara, es que se dopaba. No es un delito, pero a la prensa socialdemócrata le parece una inmoralidad, incompatible con la función senatorial.

Los contrarios al dopaje argumentan, principalmente, que quiebra el principio de igualdad y atenta contra la ética del esfuerzo. Es razonable, pero discutible. El que se dopa puede ser comparado al que hace trampas a las cartas; pero también puede oponer, e incluso con mayor fortuna argumentativa que el fullero, que él sólo trataba de corregir la tiranía del azar. Es igualmente cierto que el dopaje puede allanar el duro camino a la excelencia y cambiar extenuantes horas de entreno por transfusiones indoloras; pero, desde una perspectiva laica, no se acaba de ver con nitidez la superioridad moral del sufrimiento. Por último está la vidriosa cuestión del yo: sobre los éxitos del dopado planea la misma conclusión que sobre la conducta del borracho: no era él. Pero también, y para no meternos en honduras sobre la ilusión del yo, la evidencia refranera de que sólo los borrachos o los locos dicen la verdad.

La hipótesis de que se sentara en el (por otra parte completamente inútil) Senado de España alguien que se dopó puede ser muy vistosa y dar lugar a las inquisiciones poco compensadas a que tan aficionada es nuestra prensa. Pero desvanecido el fogonazo y ya vendidos y cobrados los titulares queda una interesante cuestión moral. Que habría de extenderse, desde luego. Hasta decidir si puede ser candidato alguien que se droga o se drogó: con marihuana para alucinar pepinillos o con anfetaminas para sentarse en el Registro de la Propiedad. Y ¿por qué no?: si alguien que fuma debe llegar al Senado. O uno con antecedentes (¡y de qué tipo?), que hace tiempo resbaló. ¿Alguien que hubiese visitado prostíbulos, senador? ¿Y un broker? ¿Y una orgullosa talla 34?

No es fácil determinar cómo se mete en la política todo lo que la ley deja fuera.

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