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ÁNGELES ESCRIVÁ

Los de la izquierda abertzale han encontrado la piedra filosofal: van dando pasitos cortos que les ayuden a esquivar e ir dejando atrás lo que tenía que haber sido la asunción de su derrota y esos pasitos les van acercando al escenario que persiguen desde hace años, el del proceso democrático, el del polo soberanista que logra una negociación con los partidos vascos y pone el resultado encima de la mesa del Estado.

La ecuación era relativamente simple. ETA estaba operativamente desarbolada y su brazo político ya no sabía qué hacer para regresar a las instituciones, porque una ausencia más prolongada podía significar su muerte institucional y social. Y ambas eran responsables, en el grado que sea, de casi 900 asesinatos y de 40 años de aterrorizar y lastrar la democracia. Ergo, una vez han pedido, una vez se les dejó claro que la única salida ya no eran las treguas sino las disoluciones, lo coherente hubiese sido exigirles que lo dejaran y que se avergonzasen de ello.

En lugar de eso, se les ha ido aceptando que conseguir un alto el fuego era un paso importante, que rechazar la violencia era un salto sin precedentes, que la firma de la Declaración de Alsasua iba en la buena dirección, que impulsar el Acuerdo de Guernica estaba a punto de ser sublime y se ha ponderado como un avance irreversible que los presos de ETA se adhieran ambiguamente a ese pacto.

Claro que son avances. Avances provocados por el triunfo de la democracia sobre los terroristas, pero podía haber sido de otro modo. Se ha aplicado una especie de realpolitik para evitar los atentados y se ha aceptado la reconciliación en vez de la derrota. Es una opción.

Mientras ETA sigue en activo, la izquierda abertzale se niega a pedir su disolución y reivindica la lucha armada como el instrumento que le ha permitido llegar hasta donde está. No sólo no pide perdón, sino que soberbiamente responde que nadie le tiene que imponer lo que tiene que decir. Pero, por todo lo anterior se la ha compensado con la práctica abolición de la Ley de Partidos, con su presencia en las instituciones y con un rearme social casi sin precedentes (éste sí que irreversible). Sin ir más lejos, el documento de los presos que ha sido tan celebrado, afirma que se unen al Acuerdo de Guernica, pero siempre que les lleve a la amnistía, al proceso democrático y a la autodeterminación.

Se asegurará que esta exigencia es como escribir en el agua porque, una vez se avengan a las normas democráticas, están sujetos a ellas y no hay por qué concederles nada.

Es posible. Pero también hay muchas posibilidades de que el polo soberanista formado por Bildu vea aumentada su representación en la Cámara vasca en las próximas autonómicas y que consiga grupo parlamentario propio en el Congreso. Los dirigentes del PNV incluso se han mostrado preocupados porque acaben siendo la primera fuerza política, y no parece que se vayan a quedar con los brazos cruzados mientras la izquierda abertzale se apropia de parte de su terreno. Por el momento, ya han propuesto junto al lehendakari un plan de paz para una negociación.

Se parece mucho al esquema del proceso democrático. Los batasunos podrían conseguir una parte de lo que persiguen por dejar la violencia, pero con ETA sin disolverse.

Será el próximo Gobierno el que tenga que administrar esta situación. Si el presidente fuera Mariano Rajoy, se encontraría, sin duda, con la estrategia antiterrorista socialista como herencia. Con poco margen de maniobra para cambiarla, si es que quiere. Y podría encontrarse también con todo un frente, al que podría incorporarse el PNV, planteándole exigencias, mientras el Gobierno vasco insiste en liderar la pacificación.

Si ETA volviese a atentar, cosa que el actual Gobierno niega, los socialistas le responsabilizarían de haber destrozado su legado. Aunque también podría optar por hacer cualquier cesión por evitarlo.

El día 10 publicamos que los presos de ETA iban a adherirse al Acuerdo de Guernica. El Gobierno lo sabía porque había un informe policial al respecto. Los expertos no estaban nada contentos porque esa Declaración había sido vaciada de contenido antes de ser quirúrgicamente respaldada. Pero Rubalcaba y cinco ministros salieron ayer a celebrar el anuncio y adjudicarse, electoralmente, el fin de la violencia que, y ojalá así fuera, nunca habrían conseguido sin el trabajo de gobiernos anteriores.

Puede que no haya de qué preocuparse, que ETA lo vaya a dejar y que la izquierda abertzale renuncie a reivindicar nada en atención a la profunda herida que ha dejado el terrorismo en su pueblo. O puede que sea castigada en las urnas. Pero no es probable y con algunos finales sería muy de agradecer la serenidad y el sentido de Estado.

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