¿Principio del fin del imperio?

FELIPE SAHAGÚN

La rebaja del valor de la deuda estadounidense por Standard & Poor's el viernes y la muerte de 38 soldados -31 estadounidenses y siete afganos- en la madrugada de ayer al ser derribado por los talibán el helicóptero en el que viajaban son dos mazazos históricos al prestigio y a la influencia de Estados Unidos.

Es la primera vez que S&P, fundada en 1860, se atreve a adoptar una decisión tan grave sobre EEUU. Ni siquiera cuando la deuda nacional se disparó en las dos guerras mundiales ni en los años más críticos de la Guerra Fría devaluó la deuda de la primera superpotencia.

Si los mercados responden como en los demás casos y las otras dos grandes agencias de rating siguen los pasos de S&P, Washington tendrá que pagar más a sus acreedores. Sobre todo a China, que ha adquirido ya más de una décima parte de la deuda estadounidense y, por consiguiente, ve amenazado el valor de una inversión que hasta ahora consideraba absolutamente segura. Más importantes aún son la explicación de los datos que han llevado a la agencia a rebajar el valor de la deuda estadounidense y el pacto alcanzado la semana pasada por demócratas y republicanos, del todo insuficiente para hacer frente a la crisis.

Aunque, como dice el Gobierno de Obama, la agencia se haya equivocado en dos billones de dólares, los datos fundamentales del problema de Estados Unidos son irrefutables: ingresos ralentizados por la crisis y por la política fiscal heredada de Bush, y gastos incontrolados por el costo de tres guerras (Afganistán, Irak y Al Qaeda) y por los planes de estímulo de los últimos años.

La respuesta oficial china, por medio de la agencia Xinhua, refleja el malestar y la preocupación de Pekín. «EEUU debe curar su adicción a la deuda» y «aprender a vivir con sus medios», publicó ayer. Y añadió: «Washington debe recortar sustancialmente sus gastos militares y sus inflados programas de bienestar social».

El tono y el contenido de la reacción china, y el golpe sufrido ayer por el ejército estadounidense en Afganistán -con el mayor número de bajas reconocidas en un incidente de este tipo desde que comenzó la guerra, en el año 2001- refuerzan el convencimiento de muchos observadores de que el gran líder del siglo XX, la superpotencia única tras la Guerra Fría, está perdiendo influencia. Se ha anunciado tantas veces el principio del fin de esa hegemonía -frente a la URSS entre 1955 y 1965, frente a Japón en los 80, frente a Europa desde los 60 y en el último decenio frente a una China que sigue creciendo un 9% al año- que resulta difícil aceptar como inevitable el fin de lo que Charles Krauthammer bautizó en 1990 como el «momento unipolar».

Sin embargo, parece evidente, como señaló Lawrence Summers antes de incorporarse al equipo económico de Obama, que «el primer deudor del mundo no puede seguir siendo indefinidamente la primera potencia mundial». Los dirigentes chinos llevan años con las mismas dudas y, desde ayer, con propuestas radicales para no verse arrastrados por la voracidad del gigante americano: «Supervisión internacional de la emisión de dólares y una nueva divisa global [...] para evitar una catástrofe».

«A medida que los intereses absorben una cantidad mayor del presupuesto, todo gobernante tiene que cortar y casi siempre acaba cortando los gastos en Defensa», advertía el 7 de diciembre de 2009 en Newsweek (An Empire at Risk) el historiador británico afincado en Harvard Niall Ferguson. De hecho, aunque en números brutos no se haya reducido hasta el año pasado en todo el último decenio, el porcentaje de los gastos en Defensa de EEUU -hoy alrededor del 4% del PIB- está previsto que disminuya al 3,2% en 2015 y al 2,6% en 2028.

«Así es como entran en declive todos los imperios», señalaba Ferguson. «Se empieza con una explosión de la deuda y se termina con la reducción inexorable de los presupuestos del Ejército, la Armada y la Fuerza Aérea. Si Washington no logra un plan creíble en los próximos cinco o 10 años, corre un serio peligro de que la crisis de la deuda [cuya solución simplemente se ha aplazado la semana pasada] desemboque en un grave debilitamiento del poder de Estados Unidos».

La España de los Habsburgo se declaró en mora o impago de su deuda 14 veces entre 1557 y 1696, sucumbiendo finalmente a la inflación producida por el exceso de plata procedente del Nuevo Mundo. La Francia prerrevolucionaria estaba gastando un 62% de todos los ingresos de la Corona en el pago de la deuda en el año 1788 (pocos meses antes de la Revolución).

El Imperio Otomano acabó igual: el pago de intereses y la amortización de su deuda pasaron del 15% de su presupuesto en 1860 al 50% en 1875. Sin olvidar el penúltimo gran imperio de habla inglesa: en el periodo de entreguerras, el pago de intereses representaba un 44% del presupuesto británico, impidiendo a Londres rearmarse frente a la nueva amenaza alemana.

La Historia no tiene por qué repetirse, pero se repetirá si los dirigentes estadounidenses no ponen su casa en orden.

Tienen aún tiempo para hacerlo, pero aplazar las medidas necesarias hasta después de las presidenciales de 2012, como acaban de hacer, es un paso importante en el sentido equivocado y Standard & Poor's se ha limitado a recordárselo con el único lenguaje que conoce.

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