Hay más de una movida en Madrid

  • El ninguneo de los medios de comunicación es una de las claves que explican el descontento juvenil | Cualquier intento de la izquierda por instrumentalizar estas manifestaciones será completamente inútil

MANUEL HIDALGO

Lo que está sucediendo en torno al movimiento Democracia Real Ya tiene el máximo interés. Su carácter de síntoma, de tendencia y de revulsivo trasciende con creces toda consideración sobre aspectos y elementos concretos del fenómeno. Importa -e importará- mucho más la música que la letra, aun entendiendo que pueda haber -y hay- desafinamiento en la partitura y versos malogrados en la letra.

Censurar o combatir prematuramente esos desajustes desde fuera de la marea puede responder a la intención de anularla desde parte interesada o a la tentación de despreciarla por una miopía respecto a lo que significa y va a significar. Intentar instrumentalizarla o capitalizarla desde los partidos de izquierda también será -cabe pensar- inútil. Incluso patético. Este brote -tan tardío como necesario- va contra cualquiera que pretenda apropiarse de él o, al contrario -y más obvio-, reprimirlo.

RAÚL ARIAS

RAÚL ARIAS

Si fuera confuso, indeterminado y poco concreto -que, en alguna medida, lo es-, lejos de ser un defecto será una virtud del movimiento, pues lo hace inmediatamente inaprehensible e indigerible para las respuestas consabidas, para las recetas y el lenguaje preconcebido de los partidos y los analistas establecidos.

Lo interesante es que crezca -y va a crecer- con ausencia primera de pautas y coordenadas firmes y claras. Así se volverá escurridizo y difícil de tratar terapéuticamente por quienes ya tratan de aplicarle sus baremos y medicinas. Que crezca informe y desconcertante. Que tiempo tendrá para decantarse, destilarse y estilizarse con la discusión interna, la experiencia y el mero metabolismo de su crecimiento. Tiene elementos patógenos en sus primeros pasos -que van desde resabios de la izquierda anquilosada a gestualidades de la acracia y de los antisistema-, pero su naturaleza no se define por sus eventuales rasgos patológicos internos, que confluirán con su vulnerabilidad ante posibles agresiones y manipulaciones de virus externos, sino por su genuino carácter de respuesta genérica a un estado de cosas insostenible.

El movimiento puede rebasar a Democracia Real Ya. El movimiento puede superar a quienes digan entender o apoyar partes o el todo de sus pormenores. Incluso, puede estar respondiendo a motivaciones de las que sus propios protagonistas no son conscientes.

El rechazo del bipartidismo y de la clase política, de la corrupción, de las limitaciones del ejercicio democrático, de las consecuencias de la crisis económica sobre los más vulnerables o de la salvaguardia de los intereses de la banca y de las grandes empresas en el contexto de las medidas para salir adelante en la actual encrucijada, pueden ser los argumentos formulables y verbalizables para la revuelta, pero eso no quiere decir -como sucede en el diván del psicoanalista- que sean las únicas o las decisivas causas del malestar de los indignados.

Solicitar una reforma de la ley electoral para acabar con el bipartidismo, listas abiertas en las elecciones, ausencia de imputados en las candidaturas, recurso frecuente al referendo para realizar consultas directas a los ciudadanos sobre asuntos de importancia o el fin de la intromisión de los partidos en el pasteleo matemático de la composición de los poderes y tribunales judiciales son el hueso del albaricoque y el esqueleto distinguible de este movimiento, junto a la idea de mantener los principios y la praxis de la protección social y el Estado del Bienestar.

Estas reivindicaciones son de cajón, en su primera parte, desde una perspectiva democrática genuina, rica y sana no intervenida por los espúreos intereses de la partitocracia de derechas e izquierdas -ahora cómplices-, mientras que la última parte es más propia del corpus ideológico de la izquierda.

Pero, a mi juicio, el intríngulis -aunque se formule así- no está unívocamente asentado en estas quejas, algunas de ellas esgrimidas por los propios partidos censurados cuando les ha convenido en su vacuo discurso de boxeo, estratégico y oportunista, con el adversario.

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El verdadero asunto, siendo en parte éste, es, a la vez, otro: que un amplio sector de jóvenes -castigado, sí, por el desempleo, la precariedad económica y la falta de identificación con los partidos políticos hegemónicos- no se siente en absoluto representado.

¿Representado por sus presuntos representantes democráticos? Tampoco, desde luego. Pero sobre todo, y ahí está para mí un factor clave de índole psicológica, sociológica y cultural -más que política- para entender el movimiento de estos días, no se siente representado en el sentido de que no se ve ni se reconoce en el lienzo, en las pantallas, en los papeles y en el escenario del discurso público sobre la realidad y sobre ellos mismos.

No es que no tengan dinero o empleo, es que no existen, son invisibles. Jóvenes instruidos, inquietos, preparados, activos, ilusionados, enrollados, estudiosos o trabajadores, no existen en el mural de la narración política y, ojo, mediática. Ni en las ficciones narrativas. Este movimiento va, o irá, también contra la prensa, contra los medios de comunicación, contra la televisión muy especialmente, que ocultan, desdibujan y deconstruyen borrosamente a millones de jóvenes que están haciendo cosas y quieren hacer más y que quedan fuera de los pobres y simples discursos narrativos a la vista: pijos y horteras del corazón, macarras de barrio de las series y de los reality, tribus urbanas, deportistas y protagonistas juveniles de la industria cultural establecida. Y ya.

¿Pero dónde -en qué pantalla o papel- está el relato sobre otros millones de jóvenes con cabeza e intereses que no coinciden con cuatro estereotipos y que, a la vez -profesionales, estudiantes, trabajadores o desempleados-, se sienten ninguneados, borrados, no representados en el doble sentido sugerido?

Españoles en el mundo, el emblema de un programa de éxito. Claro. Porque son millones los jóvenes a los que les gustaría estar en San Petersburgo o Lima, o más lejos, con tal de salir de un país que no sólo no les da oportunidades, sino que les borra de su relato oficial y oficioso.

La generación de jóvenes del tardofranquismo y de la Transición no sólo tuvimos empleo y estuvimos ilusionados con los partidos políticos en la tarea democrática, sino que fuimos protagonistas en los medios. Tocaban nuestra canción en la televisión y en los periódicos. El país cambiaba porque lo hacíamos cambiar, y nosotros teníamos cara y ojos en la representación -en el doble sentido- de ese cambio. El relato de lo que sucedía era el relato de lo que hacíamos y de lo que éramos.

¿Y ahora? Ahora, nada. Millones de jóvenes, amén de padecer las consecuencias de la crisis económica y de la anemia política, están a la vez vaciados de rostro, de alma y de atención en el relato que se hace de la vida de todos. Creo que, por eso también, han decidido conquistar el primer plano ante el foco y el primer párrafo en la narración. ¡Estamos aquí! Nadie habla de nosotros, y vosotros, que tanto habláis de todo, no nos gustáis, porque habéis secuestrado la democracia, la representación y el relato, y nos habéis excluido de todo, salvo -¡es increíble!- de pedir nuestro voto en las elecciones, nuestro euro en el quiosco y nuestro dedo para dar a vuestro botón en el mando a distancia. Y, claro, también nos queréis en el mercado de los consumidores para vuestros negocios, en los que apenas podemos entrar como trabajadores. Vale. Ya. Basta. Que os den. Salimos a la calle, tenemos muchos intereses que no estáis contando, somos interesantes, estamos preparados para muchas tareas, no nos conocéis, nos estáis simplificando hasta cuando habláis de nuestros problemas de empleo o vivienda, ahora os váis a enterar.

Diré algo más. No me extraña que en Madrid estén sucediendo las mayores concentraciones en la estela de Democracia Real Ya. No es cuestión, sólo, de población, de que haya más jóvenes que en otras ciudades más pequeñas. Quiero añadir que en Madrid están pasando muchísimas cosas de interés protagonizadas por jóvenes, que todavía no han encontrado relato, cara y ojos en los medios de comunicación, más allá de citas puntuales en pequeños reportajes, guías o sugerencias de planes.

Madrid vive hoy una efervescencia de jóvenes creativos, emprendedores, solidarios, voluntarios, alternativos, gestores de iniciativas de todo tipo, aficionados y consumidores culturales de mil cosas distintas como, a mi juicio, no se había producido desde la Transición ni, desde luego, desde la Movida de la primera mitad de los 80. Hay ahora otra Movida, una Movida mucho más variopinta, y hasta pujante, que nadie está contando desde los medios convencionales y que los políticos no están apoyando desde partidos e instituciones.

No me extraña que, de pronto, y de algún modo, todas las movidas acaben por confluir y estallar, sea como sea, con sus insuficiencias, riesgos, indefiniciones e imperfecciones. Pero es que muchas cosas estaban pasando antes de que fuera evidente que algo está pasando en la Puerta del Sol.

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